martes, 24 de abril de 2012

EQUILIBRIO, CRUCES Y SENTIDO


ACERCA DEL EQUILIBRIO (I)

La fe no tiene esperanza.
Esperanza murió
en el hastío
de buscar
balanzas en el aire.

Mejor no busques el sentido
al mecanismo del desamparo.
Si patinas y lo haces
descubrirás
que el mundo se apoya
en los costados
de unos cuantos parias
que viven en la ignominia.

Para el éxito
no tengo palabras,
más no lo conozco.
A veces lo imagino
y me hago itinerarios
para conocerlo y abrazarlo.
Entonces viene el ciclón
y me borra del mapa
y me divorcia de ese destino.

Al ciclón por el que
tambaleo,
algunos le llaman dios.
Pero es que yo de eso
no tengo.

A mi lo que me vale
es el origen mundano
de los hechos por los que vivo.

Soy otro joven Prometeo,
y la ambrosía
no es como la dijo Homero.
Son millones de libros
dispersos entre kilómetros de barro
con gusanos, sanguijuelas y víboras.
La ambrosía de los parias
que sostienen al mundo.

El designio inescrutable
de un perfecto desequilibrio.




CRUCES Y ÁTOMOS (II)

España tiene una cruz bien clavada
y nadie llora su pena
salvo aquellos que, ignominiosos,
prefirieron no seguir la senda del cainismo
que abrió la veda de nuestros destinos
allá por el año treinta seis.
Cuando el cetro de oro
vino a impartir la gloria
a los lacayos del poder.

Cuando el átomo era libre, la cruz,
no sujetaba fusiles.
Luego vinieron los hijos del odio
tallando cruces
y llenaron de metralla las estepas
y desterraron a la tierra
y partieron la razón
que ahora está, amigos míos,
en peligro de extinción.
La cruz vino a a hacer maldito
al átomo, a la materia,
a la libertad y al hombre.

A golpe de mazo
se hizo efectivo
el designio del poder.
Fusiles y cruces.
Fusiles y cruces.
Fusiles y cruces.

Ora et fusila.

Constantino ríe hasta romper sus muelas
al ver hecho efectivo su invento,
en el infierno, encadenado bajo la tutela de Cancerbero,
o disperso entre materia muda.
¿Quién sabe?
Él ríe, tú lloras.
Porque el Imperator tiene ínfulas de dicha
y porque tú eres carne de cañón
y porque él murió entre plañideras y ruegos
y no en una fosa común de espaldas a su verdugo.
Él ríe, tú lloras.
Él ríe, tú lloras.

Maldito Constantino y maldito todo aquel
que cobra comisión de la miseria del hombre,
de su naturaleza incompleta,
de su ruego sin respuesta.
Que no pongan cerco a mi locura,
que no,
que la locura es mía
y de todos.
Que no quiero encontrar un dictamen
que me haga concluir
quién mueve la girándula
que nos contiene en esta toga de estrellas o de luz.
Deseo darme de bruces
contra el muro de la costumbre
y argüir bajo mi propio orden.
Y saber hasta qué punto
estamos enterrados en el óbito.
Quizás sea este el inframundo
y no se conozca salvación
salvo de la aquel que consiga romper las cadenas
de la Historia, del culto al vacío,
de moralina, de charlatanes intempestivos.
Encontrará el bautismo, pues,
el bautismo de la razón.
Y su pulso será recto.

El arcipreste atavió al Cristo de la misericordia
con un manto de oro.
Pan ácimo, cáscaras de cebolla.
Él ríe, tú lloras.
Él ríe, tú lloras.
Él ríe, tú lloras.

Mientras tanto,
sólo quiero ser el Blasfemo,
el poeta maldito,
el joven Prometeo.
¡La blasfemia es mía, mía!
Al igual que la locura intrínseca del hombre.
La blasfemia es átomo libre
y el hereje es
materia compacta
que vive
transitando recto
entre el vaivén inane de la cruz.
De la cruz que sujeta fusiles.
De la cruz del misionero prosélico.
De la cruz que quiere hacer suya
los valores universales.
El sumo pontífice dijo: ¡nuestro es el amor!
Y millones de corderitos asentían asustados.
¡Acudan a la salvación!
Pero más allá de la cruz,
el átomo conoce al amor.
El átomo no sabe de cruces,
sólo vive sometido a ellas.

Bebe la sangre de Cristo.
¡Bebe y come!
Infla tu carne magra.
Quema al hereje, al blasfemo.
Él ríe, yo lloro.
Él ríe, yo lloro.
Tú lloras.


NINGUNA PALABRA (III)

Vi la antigua Grecia,
el proyecto de Fidias,
el ágora,
Aritóteles y Platón.
Vi a Roma,
a Justiniano,
a Cicerón,
al Rex y al ius.
Vi a Grecia,
vi a Roma,
y conocí la palabra origen.

Vi campos de cerezas en el valle del Jerte.
Vi a Boabdil pasear por la Alhambra.
Vi a mi abuelo llorando sangre por un jornal.
Al parlamento aplaudiendo un discurso de Azaña.
Vi a mi padre, vi a mi madre
y conocí la palabra identidad.

Vi un pueblo aplastado,
vi cómo se creaba un himno obligatorio,
vi un cambio de bandera
guiado por la cruz.
Vi banderas,
oí himnos,
vislumbré cruces.
¡Cruces!
Y no conocí ninguna palabra,
ninguna.





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